miércoles, 20 de abril de 2011

A salvo

La felicidad palpitante resquebrajaba las enegrecidas paredes de su pequeño cuarto. La cortina jugueteaba con el viento ondeando como una bandera e imitando al agua salada en la que nadaban juntos cada mes de julio. Los vagos recuerdos traían a su cabeza olores de verano, de esos que por mucho que se piense son inexplicables. Y así, con las sábanas impregnadas de su presencia, entornaba los ojos e imaginaba que le soñaba, aunque no lo hiciera realmente. No podía dormir pero eso no le importaba en absoluto. La emoción ennegrecía sus pupilas dilatándolas al máximo, ignorando los rayos del sol, desbordando las ganas de salir de allí. Ni si quiera se planteaba su regreso, sólo quería irse. Cuando uno habla de un viaje sólo piensa en donde ir, no en la vuelta. No en el regreso. Aún no. Pero yo sé que el Sol de junio se acercaba a ella con curiosidad, quería saber si volvería, quería saber dónde podía volver a encontrarla. Ella con sonrisa picarona, pues sabía por qué el Sol actuaba de tal modo, le cantaba la canción de Por qué te vas sólo para hacerle de rabiar. Le encantaba ver cómo llamaba a todas esas nubes sólo para evitar que le viesen sonrojado.

Y volvió a deshacer la maleta encima de la cama, para volver a hacerla de nuevo, tal y como llevaba haciendo las tres últimas semanas de mayo.

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