jueves, 4 de agosto de 2011

Métete en mi persona.

Las dos y media de la madrugada y tu tímida sonrisa somnolienta continúa resquebrajando la madera que forma mi cama. Las sábanas, olvidadas al pie de la cama, buscan un lugar mejor soñando con estaciones gélidas y escarchadas. Todos los sueños y todas aquellas promesas continúan en el fondo de la maleta que trajiste el primer domingo de nuestra vida juntos. Yo apenas me atrevo a asomarme a ese foso de cuero negro. Tú hace mucho olvidaste la existencia de lo que allí guardabas o escondías y continuas evadiendo las caricias y los besos azucarados. Sólo reclamas, cuando te viene en gana, las cerillas que prenden el fuego que mantiene y constituye nuestra vida. Las pestañas se me deshacen cuando las lágrimas se precipitan sin cuidado salpicando y destruyendo todo a su paso. También se me deshace el corazón, pero eso es algo más complicado de ver y no creo que te hayas dado cuenta porque tú sólo sabes ver con los ojos. Sin embargo yo sí que soy capaz de ver cuando se evaporan tus expectativas si las pones al sol, o cerca de esas dichosas cerillas, aunque tú no lo creas.