sábado, 4 de junio de 2011

Me dan miedo las noches, me asustan las mañanas.

Mis pestañas se desploman, empapadas en lágrimas y lluvia. Y me tiro al mar, estiro el momento alargando los segundos y dejo que me bañe, que me abrace la espuma. Mi ropa mojada, me arrastra al fondo del mar, donde no se escuchan ni las olas ni la guitarra de tu velero. Entonces me empiezo a ahogar y después, me despierto. El edredón, debajo de la cama, ha huido de mis sueños y con él se ha llevado mi esperanza color nube, mi sol de invierno, las fuerzas que me quedaban para levantarme. Porque aún hace frío y esta sábana mojada en agua salada, que ya no sé si es del mar o de las lágrimas, apenas me cubre de este aire polar y oscuro que se ha colado en mi cuarto. Las noches de primavera nos engañaron, nos regalaron un par de mentiras distorsionadas y adornadas con nuestras respiraciones entrecortadas. No creas que me he olvidado de cómo se duerme con la ventana abierta, de la mano de la luna y buscando las estrellas en tu cielo negro. A tu lado, despreciando la trágica historia de la vida que se esconde ahí donde yace mi edredón. Donde he guardado las nubes para que no te sientas triste si el cielo está gris. Porque considero que es suficiente con que uno de los dos tenga las pestañas mojadas.

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